jueves, 21 de febrero de 2013

Un día salí corriendo




Los segundos de un reloj son arbitrarios,
Viendo la aguja puedes observar su rapidez y su lentitud al mismo tiempo,
Se derrama hacia abajo como una rueda manchada, 
mientras un paso de cebra observa desde abajo su premura.
Se presenta sin temor, sin duda,
Ante ti y ante nadie más,
Un horizonte en guerra,
Y rueda tras él un paisaje de infinita presencia.
Ante él se desparrama sin fe un abismo,
Como un aparcamiento sin coches,
En lo más bajo de un camino sin asfaltar ni recorrer.
Como un guardia cansado de no ver,
Más allá de su cabina y su noche,
De su barca sin remo que coger,
Donde sólo queda dibujar el mediodía,
O su silueta.
Sin remo ni timón se da el cambio de rumbo,
Con ganas de perder me echo a mi mismo un pulso,
y consigo mi pequeña victoria,
Y consigo proseguir sin dar más tumbos,
Hacia un horizonte invisible y diferente,
Desacompasado por dos piernas sin historia
Acompañando al pequeños esfuerzo,
Que no sabe vivir sin su hermano mayor.
Siendo desafiado por felinos,
Observado por sus propios enemigos.
Siendo presa de burlas sin razón,
De las que nadie excepto yo,
Supo nada en realidad.
Siendo obligado, por el mismo,
Por jugarse la pena por el último paso,
Y comprobar que el siguiente al último no merecía la pena.
Así el final se acerca, y se aleja, sin rectitud,
El reloj da su hora sin montar ninguna escena,
Es perfecta, precisa y verdadera.
Y está satisfecha de haber llegado hasta este momento, no sin esfuerzo, no sin vereda.