Recuerdo que estaba mirando a un punto fijo, buceando entre
esos pensamientos que mientras existen son el punto sobre el que gira el
universo y uno mismo, y que una décima de segundo después dejan paso a otro, y
se difuminan, igual que su rango de importancia, pero no su olor, que se queda
para siempre. Y cuando buceas entre éstos de vez en cuando sales a la
superficie, la realidad, no por voluntad, sino por necesidad de dar una
bocanada de aire y no morir ahogado en uno mismo.
Recuerdo que era la época en la que todo el mundo, mucha
gente cercana al mío, se hacía eco de una misma noticia: nadie sabe cómo ni por
qué, alguien en algún lugar indeterminado del planeta, murió por estudiar
demasiado. Bueno, lo cierto es que sí se sabía cómo dónde y porqué, pero la
gente que se hacía eco de esa noticia carecía de tales datos, y por tanto es como
si no se supieran. Corría el año 2008, y yo estudiaba, universitariamente
hablando, por lo que en mi círculo era una noticia devastadora y divertida;
para regalar.
Lo cierto es que lo ocurrido data de Taiwán, de un chico
llamado Wang de 16 años que murió de hemorragia cerebral por no descansar al
estudiar (aunque según mi punto de vista
existieron otras causas precursoras de la misma, y seguramente también tienen
que ver con el cerebro), pero lo más curioso y sorprendente es que la noticia
real es de otro año, pero no del año anterior ni del pasado, es del año 2002.
Para mi esta es la historia de una noticia real y
sorprendente, que nació en la adolescencia de internet, cuando no todo eran
pantallas ni conexiones, y había otros métodos para hacer las cosas. De una
época en la que las noticias que sorprendían no se podían leer en internet y
compartirlas en Facebook, sino que había que verlas en la televisión o incluso
leerla en una revista o periódico físico, de esos que aun existen y que solo
leen los señores en las cafeterías castizas, y contárselo de modo oral a tus
congéneres, compañeros o personas allegadas con el beneplácito de la memoria y
la rapidez del mundo real. Y así una noticia que es igual de interesante en
2002 que en 2008, viaja en el tiempo, hasta el pasado 2008, sobreviviendo como
noticia antigua de las de “boca a boca” y hemeroteca, y consigue llegar hasta
tan altas fechas de la era de la prensa digital, en la que cualquier persona,
confesando su buen gusto por las noticias chorras, pero no por ello poco
dramáticas, distribuye tan preciada nueva, que ya es vieja, entre sus colegas
menos adyacentes en lo físico, e incluso a los más cercanos también, porque la
red es tan extensa como para atrapar a todo el primer mundo y parte del
segundo.
Recuerdo que entonces miré hacia el frente y vi como un gato
salía de debajo de un Opel Corsa gris metalizado, agazapado entre las ruedas,
miraba a un punto fijo y una centésima después salió despedido como un rayo
hacia quién sabe dónde. Durante dos segundos observé como el gato salía de su
agujero, y yo noté como el aire entraba, inundaba mis pulmones, y una sensación
de salvación invadía mi universo.
No recuerdo en qué estaba pensando, ni me importa, ni me va
a importar nunca. Sin embargo, ahora que me doy cuenta, los gatos tienen una
peculiaridad muy insana. No miran a los lados cuando cruzan la calle, tan solo
a un punto fijo, amenazantes, como ensimismados en sus propios pensamientos, y
eso, algún día, quizá a ese minino en concreto, le puede costar caro.