lunes, 15 de mayo de 2017

El presente en tus manos


Recuerdo cuando el estrés no era ninguno, cuando el mareo no era preciso, ni la velocidad problema. Recuerdo cuando el martes no era un jueves y cuando la vida no era imperceptible, cuando la muerte no era duradera y el tiempo era constante. Recuerdo cuando el recuerdo era esperanzador y la esperanza viva, y la hecatombe un verso desesperado en manos de un poeta incierto. Cuando la poesía era impostada y las hechuras del camino, de huida y vuelta, eran innecesarias y estaban llenas de maleza. Recuerdo cuando el dolor era enfrentado con maestría y el aprendizaje con dulzura, y la enseñanza con fulgor. Cuando el despertar y la mañana no eran uno, pero iban juntos, cuando el descanso y el desfallecer no eran constantes, cuando el mundo y lo inmundo eran recibidos desde la lejanía y no desde la mancha de un recuerdo que todavía se está viviendo. Recuerdo cuando el olvido era un despiste y los despistes tenían gracia, y cuando la suerte era relativa y las desgracias no tan malas, vistas desde el pedestal correcto. Y cuando la marea traía consuelos y el café matutino un placer intenso y el aquí era un ahora cercano, y la certeza de vivir un consuelo. Recuerdo cuando recordaba sin descanso tiempos pasados que ya se han pasado y que nunca se pasaron, y que jamás pasarán de largo. Porque los recuerdos valiosos son tesoros, los momentos llenos son recuerdos valiosos, y el recuerdo de un ayer precioso es un tesoro colmado de momentos llenos. Y  es así como las gracias propias, son más importantes que las desgracias ajenas, cuando la necesidad es real; las gracias ajenas, búsquedas necesarias cuando buscas las propias; los recuerdos de lo que buscas ahora, el presente en tus manos.

miércoles, 8 de marzo de 2017

La línea en el cielo



El sol bajando, tiñendo de ocre el Skyline
las nubes cubren, pero no tapan;
oscurecen los más alto, pero alumbran;
se degradan los cálidos hacia los gélidos;
la oscuridad alrededor no hace sino poner el foco ahí delante,
donde los pétreos edificios
que la mano del hombre jamás logrará simular
se postran frente a ti y frente a todo lo demás.
Solo la luz llega, el resto es vacío:
parece que te mire,
parece que te hable,
parece que te esté susurrando,
pero tus ojos, tus oídos, no perciben nada.
Sólo algo en tu interior lo percibe,
te abraza, te bloquea, te libera.
La luz te mancha y te limpia,
sus colores te acongojan y te envalentonan,
la oscuridad se vuelve cada vez más grande,
por esa luz que tienes en el horizonte.
Una luz que poco a poco se escapa, se esconde.
Mostrando una línea: esa línea en el cielo cada vez más difusa,
es una línea eterna
con un envoltorio efímero,
singular, único.
Mañana será otro,
pero hoy es éste.