
Las musas son caprichosas, y eligen, al pasar, sus victimas.
Reviven muertos de rabia por las esquinas, y dan por zanjadas las victorias cuando ellas desean.
Maldicen a un hombre con sólo callarle, y le ahogan hasta minarle el orgullo, hasta reducir a las cenizas los cigarritos de después, Pero sin un antes para merecerlo.
Las musas abusan del odio y del amor.
Las musas aspiran venenos sin ser aniquiladas, pero aniquilan con su veneno a cualquier aspirante a algo más.
El mundo se rinde a sus plegarias y se regocija en torno a sus adornos, como si de verdad sirvieran para algo.
La muerte se remata con su presencia y se mengua a la voz de su ignorancia. De su genialidad.
Las musas abusan del amor; y del odio sacan todos sus frutos, sacrificando el escaparate del dolor, y dejando paso al probador de la tristeza.
Las musas se ven a sí mismas como algo necesario para alguien como yo, por eso se pierden en la espesura cuando me veo a mi mismo en la cartelera de hoy; por eso encienden la sirena cuando me duermo, para dejar volar a la imaginación, y dar sentido a los automóviles, cuando derrapan sin cesar en la rotonda sin salidas, dentro de mi cabeza.
La vida revive con su presencia y se expande absorto por la voz de la ignorancia, de la que, como siempre le queda aun algo que aprender.
Las musas abusan, del odio y del amor. Pero no por placer, si no por gusto. EL gusto que dan a la vida con su presencia y con su ausencia, y con el juego de idas y venidas.Y sus consecuencias.