La felicidad no es una talla de
pantalón, no es un número de felicitaciones el día de tu cumpleaños, no es la
cantidad de gente que se acuerda de ti a lo largo del día, no es la admiración
que te profesan, ni la alegría repentina ante cualquier cosa buena que te pase.
La felicidad no se consigue siendo más guapo, ni estando más guapa, ni teniendo
más gente a tu alrededor, ni sólo queriéndote más, ni sólo queriendo tú a más,
ni sólo queriéndote a ti más gente. La felicidad y el amor están ligados, el
amor propio, el que te regalan, el que regalas, pero el amor puro, no esa
tontería de preocuparte por alguien, o salvaguardar la relación queriendo amarrarla
-con miedo- teniendo una conversación habitual, como si se fuese a escapar el
amor por no hablar en unos días. El amor verdadero nace entre dos personas para
siempre, sin importar el tiempo ni la distancia que las separe, el reencuentro
reaviva todo lo anterior. La felicidad tiene que ver con ese amor. También con
sentirte bien contigo mismo, pero no rechazando tu imperfección, eres
imperfecto, y lo seguirás siendo. Por mucho que vayas al gimnasio, que comas
poco para estar delgado (que no guapo), por mucho que te vistas bien y/o a la
moda, que te hagas fotos impresionantes a la orilla del mar, o que te veas a ti
mismo practicando running (o saliendo a correr, que es lo mismo pero más
cutre), sin que te apetezca ni te guste moverte más allá de lo imprescindible.
Seguirás siendo imperfecto, más aun cuando la perfección que nos venden es,
sencillamente, una persona que ni existe ni va a existir. Si nos planteáramos
la perfección como la mejor versión de uno mismo todo sería más alcanzable, y
por lo tanto nos llevaría a una posibilidad de felicidad. Pero no es el caso,
en este mundo eres imperfecto y lo seguirás siendo. Vive con ello, abraza esa
idea porque es genial, eres tú y punto. ¿Qué más quieres? ¿Mejorar? Hazlo, nada
ni nadie te lo impide, es más deberías hacerlo. Pero cuidado, hazlo según tus
ideales, tus valores y tu visión de tu mejor versión. Quieres ser un cuerpo: ve
al gimnasio. Quieres ser un cerebro: estudia y lee. Quieres ser un aventurero:
sal a explorar el mundo. Quieres ser una persona llana: ve la tele. Pero
primero busca la convicción, estate completamente seguro de qué es lo que
quieres, porque si no, corres el riesgo de querer darte la vuelta cuando ya
llevas diez, quince, veinte o cuarenta años de vida caminando en esa dirección.
Antes de nada párate a pensar hacia dónde vas. Puedes ir cambiando el rumbo de
tu vida según vayas avanzando, pocas ideas permanecen de manera vital desde
niños a la vejez, pero no es lo mismo una revisión constante de tu vida que un replanteamiento
de la dirección cuando ya estás a la otra punta del mundo y no sabes ni dónde estás
ni de dónde has venido para llegar hasta aquí.
La felicidad es fácil de encontrar, sólo deja de hacer caso
a los que te dicen cómo encontrarla y búscala por ti mismo: con tus ideas, tu
personalidad y tus recursos estás hecho para poder encontrarla. Busca y
encontrarás, pide que te la busquen y nadie te la dará. La felicidad la
encuentra cada uno, no se puede regalar, porque lo que es para mí la felicidad,
para ti será una tontería, y lo siento,
pero a mí estas tonterías me hacen inmensamente feliz.