sábado, 24 de octubre de 2015

De otro tiempo: Rueda de la desconfianza

Por una ocasión, voy a hacer algo que no había hecho hasta ahora: voy a poner, de unas palabras escritas ya hace tiempo, dos versiones diferentes: la primera, la que pondría en otra ocasión, similar a lo que alberga este blog, en este caso una décima, un poema; la segunda, el texto originario, de donde sale lo demás, el germen de lo anterior. ¿Por qué? Porque completa, porque me enseña más, y porque hace tiempo que dejé de confiar en mi capacidad para decir -o hacerme entender- mediante versos, lo que sí digo a través de la prosa.





Tu  tranquilidad esquiva
-Al desistir de confiar,
castigado a siempre dudar-,
fatalmente evasiva,
o con miedo o defensiva,
condenado a la sospecha,
o a vil ignífuga mecha
encendida en bucle eterno
en conflicto sempiterno
cuyo final no acecha

Confianza que se gana,
pero que también se ofrece
sin juzgar si se merece.
¡Salta! Que el tiempo se aplana.              (¡Salta! Que no está tan alta)
¡Fuera rueda! hoy que es vana.                (¡Fuera rueda! Y adelanta)
Consigamos su victoria
que te cubre a ti de gloria.
Sea tu premio libertario:
sin rencores, sin agravios,
con que terminar la historia.

Desconfianza es destrucción,
ya no gires en la rueda,
que destruirá lo que pueda:
lo que absorberá en su succión
es todo rastro de fruición.
Ahora el salto te libera,
y el mundo exultante espera,
por regalarle esperanza
que no sobra sino falta
y te volverá de veras.




La confianza es un arma de doble filo, cortante e hiriente cuando no es tal. Ser digno de confianza implica confiar en el otro, dejarte ver inmune ante las manos del otro, confiarte en él. La desconfianza te atrapa, te condena a la duda eterna en el otro o incluso en ti mismo. Piensas que te la van a jugar, estás a la defensiva, actúas con miedo y con lentitud por miedo a la respuesta del de enfrente, entonces el otro lo nota y desconfía, y piensa que se la vas a jugar y se pone a la defensiva, y actúa con miedo y con lentitud de manera alarmantemente sospechosa, y te hace desconfiar aún más de él, y viceversa, hasta el infinito, mientras uno de los dos no pare la rueda. La confianza se gana con confianza, pero no sólo se la tiene que ganar el otro, se la tienes que dar tú, para que el otro pueda ganársela. En este juego siempre te arriesgas a perder, porque en eso consiste confiar: en tener esperanzas en el otro. ¿Cómo se puede tener esperanzas en alguien a quien no le vas a dar, de primeras, ningún tipo de oportunidad tú? Parece todo un amalgama de silogismos complejos, pero en realidad es todo muy sencillo: cuando la desconfianza arraiga sólo queda seguir dando vueltas a la misma rueda, y tener miedo, y actuar con defensa y desesperanza con el otro; o saltar de la rueda y confiar en el de enfrente, aunque sea mínimamente, esperando su reacción. Si al cambiar de posición ante la vida, al actuar sin miedo, sin defensas, sin lentitud alarmante, el otro también cambia de actitud, entonces estará claro: estabais en una rueda de desconfianza que no tenía fin, y seguramente cuyo principio ya no recordéis o el tiempo haya conseguido difuminar lo suficiente como para que haya dejado su sentido atrás. El ser humano es así, sabe que algo le atormenta, le condena, le pesa y le maltrata de manera constante, de manera destructiva y sin sentido aparente ya (quizá sí antes, pero no ya ahora, tiempo después de aquello que fue y ya no es),  lo sabe, y no es capaz de dar el salto fuera de la rueda. Le tiene más miedo a la solución que al problema, quizá por orgullo, quizá por miedo, quizá porque no es difícil acostumbrarse a una situación destructiva cuando la asimilas como algo normal en tus pasos diarios.

¡Salta!, la rueda te marea, la desconfianza te destruye, el salto no es tan alto, y las malas consecuencias se reducen a que al saltar y dejar de tener miedo y defensas ante la vida, el otro siga actuando igual que mientras estabas en la rueda: con miedo, pensando que se la vas a jugar, con desesperanza hacia ti. Al menos habrás cambiado algo, tú no estarás en la rueda, y le habrás dado una oportunidad a la confianza de la que eres digno. Te habrás liberado de una rueda que ya no te marea, ni te hace vivir con miedo, ni te hace dar pasos de plomo sin pensar en la fragilidad o la fortaleza del terreno que pisas; habrás salido de un bucle que era eterno y destructivo, y serás libre. Y lo más importante, aportarás al mundo una esperanza que no sobra, una confianza que escasea y una oportunidad para que se te devuelva algo bueno por fin; aportarás a la vida una postura de esperanza, que cree en las personas, en el perdón, en los aciertos tras los errores, en los errores que no importan siempre, que cree en el lado bueno de la gente y lo promueve, que cree en la bondad de la gente y con ello la valora, y la fomenta, y hace del mundo un lugar mejor. Sólo hay que saltar de la rueda y confiar en la gente, dejar la inmunidad y  ser indefenso y atacable, pero puro y creador de un mundo más constructivamente esperanzador.