lunes, 12 de marzo de 2012




Como un ferrocarril que avanza por las dos vías,
Paralelas y habitantes de lo propio,
Compartiendo, direcciones, curvas y travesaños,
El fervor de lo inútil llegó a apoderarse de cierto viaje.
Abolido pero obtuso y obstinado.
Revuelto de todo, pero imbécil;
Necesitado de apoyo,
Para no dejar caer, de su ombligo, a su propio iris,
Que al rozar con la nariz una vez se volvió estúpido,
Y no volvió a mirar más allá jamás,
Asustado de la inmensidad que advierte el horizonte.

Una vez hubo una piara de barrotes,
Que se reunían para encarcelar a un grajo
Con ansia de vivir ahí fuera y de dejarlo todo para el segundo anterior.
A cada barrote que le apresaba, lo aplastó con sus blandas plumas,
Hasta dejar a cada uno de ellos a merced de lo que el peso contrajera.
Así los barrotes mueren agonizando y el grajo echa a volar un metro más
Por cada barrote caído.

Entonces el ojo se cansó de la nariz y el ombligo se fue del campo de visión,
y se vislumbraron bandadas de lechuzas,
Que al unísono de su propia voz ahuyentaban a los grajos insolentes
Que querían agruparlas para hacer su propia cárcel;
reducirlos a simples barras de metal, coartadoras de libertad.
Y se arrancan a volar en un golpe maestro de salvación,
Impulsadas por la vida de la ilusión sin ira,
Y de la falta de rencor en la mirada,
Vagando por los aires recónditos que regala cada paisaje
Y dejando que el aire fluya entre sus alas sin buscar un culpable por cada pluma perdida,
O por cada trozo de mundo sin explorar.

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