martes, 2 de septiembre de 2014

Olvidemos a esa señora, hay que apuntar más alto.




El apuntador en esta escena apuntó demasiado lejos,
las señoras, con tupés en sus abrigos ya no andan sin más,
son precavidas y prudentes, con pensamientos viejos,
conversan entre ellas sin un solo argumento parcial.

El apuntador jamás se apuntó a ese cursillo
De listos que gobiernen con mano blanda y ley dura
No llegaba al listón ni de puntillas el muy pillo
Desde entonces, deprimido se chupa la dentadura

El apuntador alguna vez puntúo al más débil
le dio ganas de vivir y sueños de morir menos joven
y después le despuntó la vida estéril
y ya no era débil ni joven, andaba sostenido en los bemoles.

El apuntador dio la réplica y se marchó elegante
sabiendo que la mala copia no es su culpa
afrontando que su vida no va hacia adelante
y que su destino le lleva por una pendiente abrupta
que se escapa entre ladrillos adosados
y locomotoras esparcidas a ambos lados
de un camino que te estorba, puesto en medio
y señoras criticonas que te dicen “no tiene remedio”.
El apuntador entonces se arma de valor y de escopeta
y apunta.
Por fin apunta como debe apuntar un apuntador sin miedo.
Y dispara justo entre el cardado de una y otra y da de lleno
a la cometa que surcaba el cielo sin maldad ni beneficio
y ante la mirada dispensada de control y sorprendida
de la señora concreta que llevaba el diente pintado de carmín
se despide el apuntador no sin antes apuntar  bien alto y fuerte:
“Se me van dispersando señoras, la función ha concluido,
vuelvan a sus casas sin tupés en los abrigos,
y cuando por fin no estén, ya se habrán ido:
¡Demos gracias al señor por nuestro olvido!”
                                                                              FIN



No hay comentarios: